
Extasiado, deslumbrado, embriagado, petrificado, fascinado, y muchos más adjetivos como estos me vienen a la cabeza, para describir como me ha dejado esa extraña obra maestra que es la tercera temporada de
Breaking Bad. Las vacaciones me dejaron a tan solo tres episodios de saborear el final, y cuando por fin pude hacerlo descubrí que lo mejor estaba aún por llegar en una temporada que ya rozaba la perfección absoluta cuando la dejé rumbo a Croacia (mi último episodio visto fue esa maravilla llamada “Fly”). Pero empecemos por el principio. La primera temporada fue un estupendo tablero donde encajar las primeras piezas, hermosas y defectuosas, en el marco incomparable de una historia que ya desde sus inicios resultaba ser lo suficientemente arrebatadora como para intuir que llegaría mucho más lejos de lo que aparentemente estábamos viendo en ese momento. La segunda temporada fue la de la confirmación como producto de grandísima calidad, con algunos episodios que ya lograban alcanzar lo más alto del ranking de capítulos maestros de cualquier serie habida y por haber. Esta tercera supera cualquier expectativa o comparativa previa, con 13 joyas exquisitamente bien diseñadas en forma de episodios, que juntas forman una de las mejores temporadas que jamás haya visto. ¡Sí!, ¡lo confieso!, ¡soy serieadicto, y estoy orgulloso de serlo! Hoy en día la mejor droga de la ciudad la trae un tal
Vince Guilligam y se llama Breaking Bad. Entrad en mi guarida y pasemos juntos el mono hasta que podamos disfrutar de nuestras próximas dosis…….