No sé si ha sido casualidad, el destino, o mi subconsciente manipulando el espacio-tiempo, pero este último post del 2009 solo podía ir a parar al que ha sido (posiblemente) el mejor descubrimiento del año. Después de finalizar sus dieciocho maravillosos capítulos, ya es un hecho completamente constatado que estoy irremediablemente enamorado de esa deliciosa obra maestra oculta de la televisión llamada Freaks and Geeks. A partir del día uno de 2010 una de las misiones más importantes en la vida seriéfila de este blog será difundir “la palabra del señor” Judd Apatow por toda la blogosfera catódica, en busca de nuevos y fieles feligreses que se unan a mí en esta santísima causa catódica y apostólica...
Me acabo de dar cuenta que he estirado sus últimos episodios hasta el límite de lo imposible porque mi corazón se negaba a asimilar la amarga y necesaria despedida que iba a producirse. Es como cuando a uno no le queda más remedio que abandonar a los que han sido sus más queridos e íntimos amigos, y desesperadamente intenta prolongar el momento de una marcha que será inevitable. Echaré de menos a Daniel Desario y su corazón rebelde y trasgresor atrapado en una incógnita que sólo él puede descifrar. También a una irascible e incontrolable Kim Kelly que esconde bajo unos modales indomables los cristales rotos de una infancia malograda. De Ken Miller recordaré para siempre su fino humor adolescente y bizarro que utilizaba muy a menudo como arma arrojadiza para defenderse de sus propios miedos. Y del gran Nik Andopolis esa determinación por llegar a ser el mejor batería del planeta en una edad donde tus sueños cambian a la velocidad de la luz. Pero si los Freaks acabarán convirtiéndose en personajes inolvidables de la pequeña pantalla, los Geeks permanecerán imperecederos como iconos en nuestro imaginario colectivo. De Neal Schweiber nos quedará esa estudiada pose adulta e impostada, llena de dulzura y calidez, y atrapada en un vacío de lujuriosos deseos pre-adolescentes. Y sin duda Bill Haverchuck nos dejará como legado esa desgarradora y entrañable humanidad, que lo ha convertido para siempre en uno de los mejores y más cercanos personajes de la historia de la televisión.
Pero los verdaderos protagonistas de esta inolvidable historia son los hermanos Lindsey y Sam Weir. Con ellos hemos aprendido y recordado al mismo tiempo lo difícil y complicado que era pasar por la adolescencia sin libro de instrucciones. Hemos revivido de nuevo lo que era pedir una cita en un papel arrugado y con el corazón en la garganta, o también lo que significaban esos primeros besos furtivos que tanto sabían a triunfo. La inteligencia y el descarado atrevimiento de Lindsey nos han demostrado que equivocarnos sirve para aprender de nuestros errores. Y la inocencia y ternura de Sam nos ha conectado con nuestra infancia más desgarradora y cruel, pero también con esa felicidad que da el atravesar por primera vez el espejo de nuestra experiencia. Todos y cada uno de los personajes de Freaks and Geeks nos han hecho ver desde nuestra propia perspectiva actual lo que es querer llegar a la luna cuando todavía no te han crecido las alas.
Y que decir del creador de la serie Judd Apatow. Nadie ha querido tanto a unos personajes y se ha preocupado tanto por ellos como él y sus habilidosos guionistas. Para empezar les ha regalado unos diálogos maravillosamente naturales con los que impregnar a la serie de una gozosa sensibilidad. Cuando ellos sufren ahí está él para consolarles sacándose de la manga alguna que otra situación de lo más oportuna y complaciente. Como un padre que solo quiere el bien de sus hijos, Apatow les perdona cualquier imprudencia o metedura de pata que cometan redimiéndoles al instante con la dureza y sabiduría de quien te quiere y te protege. Gracias a esa cercanía que rezuma por todas sus imágenes, nos ha logrado hacer partícipes de toda su experiencia, logrando empatizar con esos personajes con una familiaridad extremadamente sincera y honesta.
Freaks and Geeks nos ha dado unas magistrales lecciones de la vida y humanismo. Para ello ha utilizado un lugar (el instituto McKinley de Detroit) y una época (principios de los ochenta) donde todavía la inocencia de la adolescencia no había sido corrompida por la brutal maquinaria socio-cultural de nuestros tiempos. Es ahí donde sólo puede funcionar su propuesta sin parecer condescendiente ni edulcorada. Y es en ese momento histórico único donde podemos disfrutar de todo su emotivo magnetismo.
Por devolverme un poquito de adolescencia perdida, por dibujarme una sonrisa constante en cada capitulo, y por ponerme el alma en los ojos en más de una ocasión, nunca me cansaré de gritarle bien alto a la blogosfera: I LOVE Freaks and Geeks.
Me acabo de dar cuenta que he estirado sus últimos episodios hasta el límite de lo imposible porque mi corazón se negaba a asimilar la amarga y necesaria despedida que iba a producirse. Es como cuando a uno no le queda más remedio que abandonar a los que han sido sus más queridos e íntimos amigos, y desesperadamente intenta prolongar el momento de una marcha que será inevitable. Echaré de menos a Daniel Desario y su corazón rebelde y trasgresor atrapado en una incógnita que sólo él puede descifrar. También a una irascible e incontrolable Kim Kelly que esconde bajo unos modales indomables los cristales rotos de una infancia malograda. De Ken Miller recordaré para siempre su fino humor adolescente y bizarro que utilizaba muy a menudo como arma arrojadiza para defenderse de sus propios miedos. Y del gran Nik Andopolis esa determinación por llegar a ser el mejor batería del planeta en una edad donde tus sueños cambian a la velocidad de la luz. Pero si los Freaks acabarán convirtiéndose en personajes inolvidables de la pequeña pantalla, los Geeks permanecerán imperecederos como iconos en nuestro imaginario colectivo. De Neal Schweiber nos quedará esa estudiada pose adulta e impostada, llena de dulzura y calidez, y atrapada en un vacío de lujuriosos deseos pre-adolescentes. Y sin duda Bill Haverchuck nos dejará como legado esa desgarradora y entrañable humanidad, que lo ha convertido para siempre en uno de los mejores y más cercanos personajes de la historia de la televisión.
Pero los verdaderos protagonistas de esta inolvidable historia son los hermanos Lindsey y Sam Weir. Con ellos hemos aprendido y recordado al mismo tiempo lo difícil y complicado que era pasar por la adolescencia sin libro de instrucciones. Hemos revivido de nuevo lo que era pedir una cita en un papel arrugado y con el corazón en la garganta, o también lo que significaban esos primeros besos furtivos que tanto sabían a triunfo. La inteligencia y el descarado atrevimiento de Lindsey nos han demostrado que equivocarnos sirve para aprender de nuestros errores. Y la inocencia y ternura de Sam nos ha conectado con nuestra infancia más desgarradora y cruel, pero también con esa felicidad que da el atravesar por primera vez el espejo de nuestra experiencia. Todos y cada uno de los personajes de Freaks and Geeks nos han hecho ver desde nuestra propia perspectiva actual lo que es querer llegar a la luna cuando todavía no te han crecido las alas.
Y que decir del creador de la serie Judd Apatow. Nadie ha querido tanto a unos personajes y se ha preocupado tanto por ellos como él y sus habilidosos guionistas. Para empezar les ha regalado unos diálogos maravillosamente naturales con los que impregnar a la serie de una gozosa sensibilidad. Cuando ellos sufren ahí está él para consolarles sacándose de la manga alguna que otra situación de lo más oportuna y complaciente. Como un padre que solo quiere el bien de sus hijos, Apatow les perdona cualquier imprudencia o metedura de pata que cometan redimiéndoles al instante con la dureza y sabiduría de quien te quiere y te protege. Gracias a esa cercanía que rezuma por todas sus imágenes, nos ha logrado hacer partícipes de toda su experiencia, logrando empatizar con esos personajes con una familiaridad extremadamente sincera y honesta.
Freaks and Geeks nos ha dado unas magistrales lecciones de la vida y humanismo. Para ello ha utilizado un lugar (el instituto McKinley de Detroit) y una época (principios de los ochenta) donde todavía la inocencia de la adolescencia no había sido corrompida por la brutal maquinaria socio-cultural de nuestros tiempos. Es ahí donde sólo puede funcionar su propuesta sin parecer condescendiente ni edulcorada. Y es en ese momento histórico único donde podemos disfrutar de todo su emotivo magnetismo.
Por devolverme un poquito de adolescencia perdida, por dibujarme una sonrisa constante en cada capitulo, y por ponerme el alma en los ojos en más de una ocasión, nunca me cansaré de gritarle bien alto a la blogosfera: I LOVE Freaks and Geeks.
Coincido punto por punto con tu último párrafo.
ResponderEliminarVi la serie este verano y simplemente con su piloto me enamoró. Bill Haverchuck es muy grande. ;)
Si te has quedado con ganas de más, échale un vistazo a Undeclared, también de Apatow. Prácticamente es la continuación de Freaks and Geeks (sobre todo en espíritu), y además comparten muchísimos actores. Es cortia (18 capítulos) y dura 25 minutos, así que se ve bastante bien.
Yo la devoré en pocos días. Lo único en lo que no estoy de acuerdo es en lo que comentas de Nik, era lo único que no soportaba (aunque Schweiber a veces era odioso también..), lo demás genial, sobre todo Haverchuck, que tío.
ResponderEliminarComo te comenta anade Undeclared es del estilo, aunque para mí quizás está un poco por debajo de Freaks and Geeks
Saludos!
Anade: Undeclared la tengo preparada y lista para ver a continuación. No sé si me gustara tanto, pero si tiene el mismo espíritu me ganara enseguida.
ResponderEliminarYorch: Creo que los defectos de Nick son propios de su edad, solo que en él más acentuados. Aun así sé hacia entrañable.
Saludos a todos.
Tienes razón, es una de las series ocultas más sensacionales que hay. Estoy contigo en tu cruzada de recopilar adeptos. Haverchuck for president!
ResponderEliminarEsta serie es una autentica gozada. yo tambien me sumo a tu cruzada.......... Los Wire me recuerdan a mi propia familia.
ResponderEliminarYo también descubrí esta serie en el 2009 y me quedé prendado. Todos los personajes son maravillosos. Y hay tantos momentos para recordar...
ResponderEliminarRaúl: Haverchuck es sin duda uno de los mejores personajes de la serie. Quedará para la historia el momento en que tiene que besar a una chica que detesta porque le ha tocado en el juego de la botella. La manera en que la termina conquistando es maravillosa.
ResponderEliminarKarl: La familia Wire respira una honestidad brutal, ese es su secreto.
Little Johan: Otro personaje del que no he hablado y me gusta mucho es el profesor rockero. Debajo de toda esa capa de profe guay un poco trasnochado, hay una comprensión hacia sus alumnos muy sincera y verdadera.
Saludos a todos.
Yo la adoraba hasta el episodio en que Schweiber descubre que su padre engaña a su madre. Los hijos Weir, ante ese acontecimiento, se preguntan preocupados si su propio padre tendría una aventura. Acto seguido aparece el mentado padre en camiseta interior, calzoncillos y calcetines con esa cara de padre verdadero que tiene preguntando inocentemente "¿me llamabais?". Los hijos ante esa vivión se echan a reir. Fue ahí cuando me enamoré completamente de esta serie genial.
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