
Seguro que os ha pasado alguna vez que, por la razón que sea os habéis encontrado despreciando alguna serie alabadísima sin haberla explorado con la suficiente exhaustividad. Este hecho suele ocurrir por dos cuestiones fundamentales. La primera (la más lógica) se produce por falta de rigor, como consecuencia directa de una carencia de interés evidente. La segunda (la más común), simplemente suele deberse a una conexión que nunca llega a producirse en el espacio-tiempo correcto. En cualquiera de los dos casos el resultado siempre suele ser el mismo, la serie y tú os encontráis en los lugares más alejados del universo seriéfilo sin saber muy bien como habéis llegado a tal extremo. En la mayoría de los casos este hecho no tiene excesiva importancia y podemos seguir adelante con nuestras series de cabecera sin que nada nos perturbe en exceso. Pero algunas veces, no demasiadas, el germen de la curiosidad se instala en nuestra cabeza con tal fuerza que nos obliga a buscar con desesperación “ese algo” que otros han hallado en ella y tú no logras comprender qué es. Si no lo atrapas nunca no pasa nada, se envidia la suerte de otros, y se pasa página (con algo de resquemor) pero siempre con la placidez del intento malogrado pero inequívocamente exhaustivo y riguroso. Pero cuando después de intentarlo con ganas se produce por fin la magia y lo encuentras, es como descubrir un secreto muy bien escondido, y das gracias al dios de las series por abrirte los ojos ante tal o cual maravilla seriéfila. Este post nace desde la necesidad de hacer justicia con dos de las series que más he maltratado en el pasado: Doctor Who y Mujeres Desesperadas. Ambas se encuentran perfectamente ubicadas dentro de la situación descrita en el párrafo anterior, y con ellas puedo decir con total convicción, que donde dije digo, digo diego. Veamos cómo, cuándo y por qué llegaron al interior de tal frase……